Marilusa caminaba adelante junto a la perra que, si bien cambia de raza, siempre nos sigue a todos lados, no importa la latitud que marque el mapa.
Los pimientos al sol salteño se secaban como pasas de uvas de efectos sicodélicos, caminos rojizos iluminando el verde y el ocre.
Alguna llama intentaba saltar los alambrados o tomaban agua de los mínimos canales que al costado del camino aseguraban los cultivos. No sé si caminamos por dos o tres horas hasta que un suizo nos levantó en su camioneta ricachona.
El pueblo estaba quieto a la hora de la siesta, un par de turistas extranjeros tomaban jugo de naranja frente a la plaza. Yo saqué unas galletitas del bolsillo casi hechas polvo y me las llevé a la boca cuando vi a dos nenes semi desnudos sobre uno de los bancos. El pibito se tiraba arriba de la ¿hermana? y la trataba de agarrar de la cintura, la acercaba, se acomodaba y ella se volvía a zafar, una y otra vez, maquinalmente en celo, hasta que ella le pegó un cachetazo. El reflexionó un segundo, miró hacia el otro lado y volvió a abalanzarse sobre ella.
El pueblo estaba quieto a la hora de la siesta, un par de turistas extranjeros tomaban jugo de naranja frente a la plaza. Yo saqué unas galletitas del bolsillo casi hechas polvo y me las llevé a la boca cuando vi a dos nenes semi desnudos sobre uno de los bancos. El pibito se tiraba arriba de la ¿hermana? y la trataba de agarrar de la cintura, la acercaba, se acomodaba y ella se volvía a zafar, una y otra vez, maquinalmente en celo, hasta que ella le pegó un cachetazo. El reflexionó un segundo, miró hacia el otro lado y volvió a abalanzarse sobre ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario