lunes, 22 de marzo de 2010

Jugueteos en Cachi

Nos habíamos tomado el único bondi que pasaba por la mañana hasta el final del recorrido. La idea era conocer Cachi adentro, pero nos fuimos demasiado adentro y terminamos junto a a una escuela perdida, bordeada por río donde nos dedicamos, sin nada que hacer, a tirar piedras.
Marilusa caminaba adelante junto a la perra que, si bien cambia de raza, siempre nos sigue a todos lados, no importa la latitud que marque el mapa. 
Los pimientos al sol salteño se secaban como pasas de uvas de efectos sicodélicos, caminos rojizos iluminando el verde y el ocre.
 Alguna llama intentaba saltar los alambrados o tomaban agua de los mínimos canales que al costado del camino aseguraban los cultivos. No sé si caminamos por dos o tres horas hasta que un suizo nos levantó en su camioneta ricachona.
El pueblo estaba quieto a la hora de la siesta, un par de turistas extranjeros tomaban jugo de naranja frente a la plaza. Yo saqué unas galletitas del bolsillo casi hechas polvo y me las llevé a la boca cuando vi a dos nenes semi desnudos sobre uno de los bancos. El pibito se tiraba arriba de la ¿hermana? y la trataba de agarrar de la cintura, la acercaba, se acomodaba y ella se volvía a zafar, una y otra vez, maquinalmente en celo, hasta que ella le pegó un cachetazo. El reflexionó un segundo, miró hacia el otro lado y volvió a  abalanzarse sobre ella.

   


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